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La acción según Aristóteles

En su Ética a Nicómaco, Aristóteles trata sobre diversos conceptos, como la amistad o la acción. En esta entrada veremos qué entiende Aristóteles por acción.

Para Aristóteles, actuamos movidos por aquello que nos interesa o que nos preocupa, es decir, por aquello que amamos. Por eso es posible decir que los fines que perseguimos con nuestras acciones son, en realidad, las cosas que amamos: “todo agente […] ejecuta sus acciones por amor” (Suma Teológica, Tomás de Aquino).

Aristóteles da mucha importancia a la actividad, porque el bien hay que conseguirlo actuando. Pero más importante que la actividad es el resultado, es decir la obra. El resultado de una vida bien desarrollada es alcanzar la posibilidad de tener una vida contemplativa o teorética.

Sócrates y Platón defendían que bondad y sabiduría estaban estrechamente relacionadas porque solo actúa bien el sabio moral. Sin embargo, Aristóteles se dio cuenta de que es posible conocer el bien pero no hacerlo. Por lo tanto, conocer el bien es una condición necesaria pero no suficiente. Hay una cierta función que es específica y propia del hombre, que se conecta con su propia naturaleza. Las funciones vegetativas y sensitivas también se dan en las plantas y los animales. Por el contrario, la actividad de la parte racional del alma es específica del hombre. Lo importante no es la mera posesión de esta parte racional, sino su efectiva actualización a través del ejercicio.  Por lo tanto, hay que hacer un ejercicio virtuoso de esta parte racional del alma. En resumen, podríamos decir que no basta con comportarse racionalmente, sino que es necesario comportarse racionalmente bien, es decir, de manera virtuosa.

Pero, ¿cuáles son las diferencias entre las actividades y las obras? La actividad es la capacidad de obrar o de producir un efecto. Mientras que la obra es la cosa hecha o producida por un agente. Por lo tanto, la actividad es un concepto más abstracto, que implica una disposición o capacidad a realizar algo, mientras que la obra es el producto de una acción. Para Aristóteles, las actividades cuyos fines son ellas mismas son superiores a las demás. Sin embargo, cuando hay una obra que es el fin de una actividad, la obra es superior. La obra es la concreción del fin de una actividad, por lo que mediante la realización de la obra se pasa del plano teórico al de la acción concreta, y esta acción concreta es superior.    

Aristóteles tiene una concepción analógica del bien. Para Platón, el Bien es una idea perfecta, inmutable y eterna. Para Aristóteles sin embargo, el bien es distinto en cada actividad y cada arte, aunque todos parecen tender a un bien perfecto, o si hay varios, al más perfecto de ellos. De entre todos, el fin más perfecto parece ser la felicidad, porque la elegimos siempre por sí misma y no por otra cosa.

Como hemos visto, para ser virtuoso hace falta disponer de unas aptitudes naturales, que en principio, todo ser humano posee, pero también es necesario “el ejercicio previo”. Sin actividad no se puede ser virtuoso y por ello, “practicando la justicia nos hacemos justos”. Lo mismo sucede con el resto de virtudes. Pero además, sin negar la verdad que contienen los principios morales, hay una verdad en cada caso particular, por eso “es propio del hombre instruido buscar la exactitud en cada género de conocimientos en la medida en que la admite la naturaleza del asunto.

La virtud está relacionada también con el placer y el dolor, porque “por causa del placer hacemos lo malo y por causa del dolor nos apartamos del bien”. Por eso es necesario educar de cierto modo a los jóvenes para poder complacerse y dolerse como es debido. Como las acciones tienen que ver con el ámbito de lo particular, Aristóteles da ejemplos de acciones virtuosas que son términos medios entre un exceso y un defecto. No coincide con la media aritmética entre dos extremos, porque para cada caso habrá un término medio apropiado. Sin embargo, no toda pasión admite el término medio, pues hay algunas cuyo mero nombre implica maldad (como la malignidad, la desvergüenza, la envidia), y entre las acciones: el adulterio, el robo y el homicidio.

Un hombre justo no es el que hace una acción justa, sino el que la hace como la hacen los hombres justos, porque las acciones de acuerdo con las virtudes no están hechas justa o morigeradamente si ellas mismas son de cierta manera, sino si también el que las hace reúne ciertas condiciones al hacerlas: a) Si las hace con conocimiento, b) Eligiéndolas y eligiéndolas por ellas mismas y c) Si se hacen en una actitud firme e inconmovible.

Por otro lado, para Aristóteles, lo voluntario y lo involuntario se refieren al momento en que se hacen las acciones. Se obra voluntariamente porque el principio del movimiento de los miembros instrumentales está en el mismo que las ejecuta. Si el principio está en él, también está en su mano hacerlas o no. Por el contrario, son forzosas las acciones en las que la causa está fuera del agente y en las que éste no tiene parte alguna. Por lo tanto, lo forzoso es el principio que viene de fuera sin que contribuya nada el forzado.

Cuando el objeto de nuestra voluntad es el bien, no basta con que alguien quiera algo para que califique ese algo como bueno. Es cierto que el hombre bueno “juzga bien todas las cosas y en todas ellas se le muestra la verdad”, en cambio, en la mayoría de hombres “el engaño parece originarse por el placer”, y muchas cosas “sin ser un bien lo parece(n), y así eligen lo agradable como un bien y rehúyen el dolor como un mal”.  

Aristóteles también defiende que somos, en cierto modo, concausa de nuestros hábitos.

Las virtudes son términos medio y hábitos, que por sí mismas tienden a provocar las acciones que las producen. Pero las acciones no son voluntarias, de la misma manera que lo son los hábitos. De nuestras acciones somos dueños desde el principio hasta el fin si conocemos las circunstancias particulares; pero de nuestros hábitos solo al principio, pero su incremento no es perceptible, como de las dolencias. Pero como estaba en nuestra mano comportarnos de tal o cual manera, son por ello voluntarios.

Hay que templar o frenar todo lo que aspira a cosas feas y tiene mucho desarrollo. Tal condición se da principalmente en el apetito. Los apetitos deben vivir de acuerdo a la razón, porque el fin de ambos es lo noble, y el hombre morigerado apetece lo que debe, y cómo y cuándo debe, y así también lo ordena la razón. 

Para el estagirita, el principio de la acción es la decisión o elección, y los principios de la decisión son el deseo y la deliberación orientada a un fin. El prudente desea lo correcto, delibera bien y concluye su deliberación en acciones buenas, es decir, elige y decide bien. Para ello es necesario ser diestro, dado que la destreza es la capacidad de elegir de manera adecuada los actos y realizarlos.

Por lo tanto, la virtud por excelencia consiste en actuar a partir de una adecuada disposición natural haciendo uso de la razón.    

Publicado en Aristóteles

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4 comentarios

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